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Este sábado vuelve el programa de Amigos de la historia de Calahorra, Antes de que llegue el invierno

Sábado 15, a las 4 de la tarde, atrio de San Andrés

Por un lado gracias a Rafa y Iago Puy escucharemos y nos explicarán varios toques tradicionales de campana previos a la electrificación de los campanarios y a continuación podremos subir a la torre campanario, donde si el tiempo acompaña podremos hacer fotos únicas y disfrutar de unas vistas espectaculares del entorno de Calahorra en 360º y del casco antiguo.

Sobre los toques tradicionales:

Los toques de campanas eran el medio de comunicación que tenía un pueblo para informar a su población de los diferentes hechos que a diario ocurrían. Estos toques informaban de los diferentes hechos acaecidos en el pueblo a través de mensajes sonoros con los que todos los habitantes estaban familiarizados, siendo el medio de comunicación más importante en la sociedad tradicional.

Los mensajes transmitidos que se realizaban con los toques de campana tenían un ámbito local ya que cada pueblo aunque transmitiera los mismos mensajes los ejecutaba de manera diferente.

Con la llegada de la electrificación de los campanarios y la distinta organización social que tenemos actualmente, las campanas han perdido su función de informar olvidándose así esta rica cultura inmaterial.

A través de las entrevistas realizadas a Concepción Pérez Díez hija de Carmen Díez Pérez, Campanera de la Iglesia de San Andrés, a Rosario León Vitoria, hija de Isidra Vitoria Antoñanzas, Campanera de la catedral de Santa María y a la documentación de Pedro Gutiérrez Achútegui se han podido recuperar varios de los toques de campana que se realizaban tradicionalmente en nuestra ciudad

Sobre la torre campanario de San Andrés:

El investigador José Manuel Ramírez nos dice que siguiendo los tradicionales esquemas, la torre es de planta cuadrada y su fuste se organiza en tres cuerpos de piedra de sillería separados por impostas que rematan en un entablamento clasicista de cornisa volada sobre el que se asienta, a modo de prolongación del fuste, un alto cuerpo de ladrillo con esquinazos de sillería que actúa como campanario en cuyos paramentos se abren dos secuencias de arcos de medio punto de diferente tamaño. Dicho campanario se corona por un entablamento a semejanza del que sirve de separación entre la obra de sillería y la de ladrillo como elemento transicional hacia el piso superior ochavado que, aunque realizado todo ello en el siglo XIX, copia la disposición que ofrecen en términos generales las torres riojabajeñas del siglo XVIII. Así, no solo aparece remetido dando a todo el conjunto un sentido decreciente, sino que el barandado metálico sirve como recurso complementario para configurar un útil pasillo en todo su perímetro.

         Construida con piedra de sillería procedente de las por entonces apetecidas canteras de El Villar de Arnedo por su especial grano y comportamiento, se levanta a los pies de la nave del lado de la Epístola y forma con la portada de la iglesia y la plazuela una bella estampa.

         Sus orígenes se remontan al 22 de agosto de 1582, cuando se concede licencia para construirla atendiendo al hecho de que las campanas estaban situadas en un lugar tan poco propicio que apenas se oían en el casco urbano, siendo adjudicadas las obras con fecha 14 de abril de 1583 al cantero Juan Pérez de Solarte, con arreglo a su propia traza y con obligación expresa de terminarlas para 1589 por 622.000 maravedíes. Ocho días después se colocaba la primera piedra. Consta, por ejemplo, que Juan Pérez de Solarte había hecho para 1594 hasta el cuerpo de campanas con la colaboración del también cantero Juanes de Salsamendi, autor entre otras cosas, de las escaleras, aunque lo cierto es que su proceso constructivo se dilató más de lo previsto inicialmente.

         En 1748 tiene lugar una de las intervenciones más intensas en el coronamiento de la torre cuando el cabildo, tras haber encargado la realización de la oportuna traza y condiciones a Diego Camporredondo, acuerda ajustar la obra con el arquitecto Tomás Martínez, vecino de Cárcar, o con cualquier otro, comisionando para ello a don José Antonio Sáenz Velilla y a don Gonzalo Mancebo. Ese mismo día, Tomás Martínez se obligaba a realizar el chapitel de la torre por 1200 reales. Como final, en 1812, se fabricaba el actual cuerpo ochavado de ladrillo que según la investigadora E. Calatayud, da a la torre un peralte excesivo. Y es que, aparte de desequilibrar su primitiva prestancia, se convirtió en una nota discordante en la que el terremoto de 1817 dejaría también su huella hasta el punto que fue preciso fortalecerlo tres años después. En los años noventa del pasado siglo XX, toda la torre fue restaurada

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